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Ingeniero de sistemas con más de 18 años de experiencia liderando procesos de transformación digital en organizaciones del sector público, privado y de cooperación internacional. Cuenta con posgrado en Gerencia de Proyectos Tecnológicos y amplia formación en marcos de referencia como ITIL, PMI, ISO 27000 y metodologías ágiles como SCRUM. Se ha especializado en la implementación de soluciones tecnológicas estratégicas para la automatización de procesos, el fortalecimiento de la ciberseguridad y la mejora continua de la eficiencia operativa.
Alejandro Pardo, con más de 14 años de experiencia, es Magíster en Finanzas Corporativas y Profesional en Finanzas y Comercio Exterior. Supervisa el área financiera de la compañía, estableciendo procedimientos de presupuestos, reportes financieros, control de proyectos y coordinando el proceso de registro y presentación de información contable y financiera. Además, se encarga del proceso de tesorería, incluyendo solicitud de fondos y pagos a proveedores.
“Si vemos que alguien está siendo violentada, podemos guiarla, decirle a dónde ir y recordarle que no está sola”.
Estas son las palabras de Diana Carolina Advincula, quien descubrió que la violencia de género muchas veces no deja huellas visibles. Gracias al conocimiento, el acompañamiento y el empoderamiento recibido, comprendió que romper el silencio es el primer paso hacia la sanación.
Las estrategias de prevención implementadas fortalecen la autonomía, promueven el amor propio y tejen redes de apoyo que abren caminos hacia la dignidad y la equidad.
En el Litoral del San Juan, 20 mujeres afrodescendientes recolectoras de piangua consolidaron su independencia económica gracias a nuestro programa de asistencia humanitaria y recuperación económica para poblaciones desplazadas y confinadas. A través del fortalecimiento de sus asociaciones, ASOCIAMAPI y CONSERVAR, impulsaron la recolección y comercialización de piangua, convirtiéndola en una fuente de ingresos en un territorio marcado por el aislamiento y la escasez de oportunidades laborales.
Para conocer su historia, navegamos por el río San Juan que conecta con el océano Pacífico hasta los territorios de Togoromá y Pichimá. Allí, entre los manglares y sus raíces entrelazadas, estas mujeres dedican sus días a la recolección de la piangua, un molusco que se convirtió en el pilar de su sustento. “Aquí la fuente de trabajo es muy complicada”, expresaron, y fue en esa realidad desafiante donde hicieron de la piangua su medio de vida, capacitándose en su extracción y comercialización.
El programa fortaleció su mano de obra al brindarles asistencia técnica, formación en estructura de costos y mejoras en su capital de trabajo con equipos esenciales para el desarrollo de su trabajo. Gracias a este capital semilla, que incluyó un motor fuera de borda, un congelador, una canoa, un tanque de agua y cavas isotérmicas, lograron optimizar su labor y garantizar su seguridad.
Con estos apoyos, las mujeres mejoraron sus condiciones laborales: ahora usan botas para pianguar, protegen sus manos con guantes y conservan la piangua en óptimas condiciones. Estos avances no solo garantizan la calidad del producto, sino también la estabilidad económica de sus familias. Denny, representante de la Asociación de Mujeres Piangüeras de Pichimá Playa (ASOCIAMAPI), expresó con entusiasmo: “Ahora viene felicidad y más felicidad con el apoyo que nos dieron”.
En Mocoa, el arte se ha convertido en una plataforma de transformación con el programa Arte con Raíces Sociales, liderado por la DICAR y el proyecto RISER. En este espacio, los jóvenes han encontrado en el teatro una forma de contar sus historias y reflexionar sobre su entorno.
“No sabía que tenía un talento oculto”, afirma Jonathan Díaz, quien a través de esta iniciativa descubrió nuevas oportunidades de expresión y desarrollo personal. Más que aprender técnicas artísticas, los participantes han fortalecido su capacidad de resiliencia, construyendo una comunidad donde el arte es un puente hacia el cambio social.
En el Pacífico colombiano, la conservación ambiental ha sido una forma de resistencia y recuperación. La Asociación de Mujeres Canasteando lleva más de una década liderando la reforestación de manglares en Tumaco, restaurando ecosistemas degradados por la violencia y los cultivos ilícitos.
“La reforestación no solo es sembrar un árbol, es sembrar esperanza”, asegura Lorsy, una de sus líderes. Con el apoyo de PADF, DICAR e INL, la asociación ha logrado que más mujeres y jóvenes se sumen a la protección del medioambiente, convirtiendo la restauración de los manglares en un símbolo de resiliencia y paz.
En la Amazonía colombiana, el programa DREAM (Difusión Responsable con Enfoque Ambiental) ha llevado la sensibilización ambiental a la acción. Lo que comenzó como una serie de talleres sobre la protección del agua y los bosques, se convirtió en un movimiento de reforestación, creación de senderos ecológicos y compromiso comunitario. “La tierra es vida, y sin ella no somos nada”, afirma la subintendente Mónica Carolina Lizarazo, reflejando el impacto del proyecto en la conciencia ambiental de las comunidades.
En Leticia, bajo el sol ardiente de la tarde, un grupo de mujeres y hombres se reúne en la cancha, no solo para jugar, sino para cambiar sus vidas. Con los programas Hombres Goleando las Riñas y Mujeres Goleando la Violencia, impulsados por la DICAR y el proyecto RISER, el fútbol se ha convertido en una herramienta para prevenir la violencia y fortalecer la convivencia pacífica.
Para Zonia Inés Márquez, una de las participantes, la cancha fue el escenario donde descubrió su propia voz. “No sabía que un balón pudiera enseñarme tanto”, cuenta. A través de este espacio, aprendí a identificar signos de violencia y a construir redes de apoyo. Los hombres, por su parte, rompieron el silencio sobre sus emociones, desafiando el machismo y aprendiendo que el diálogo es más poderoso que la agresión.
Katerine Yasmín Morarapé, quien vive en Riohacha, La Guajira, llegó a Colombia en 2017 enfrentando grandes desafíos. Comenzó como recicladora, una labor completamente nueva para ella. Sin embargo, con perseverancia y el acompañamiento del programa Integrando Horizontes Sostenibles, logró transformar su realidad.
Aprendió a manejar mejor sus finanzas y el presupuesto familiar, y pudo adquirir una moto que hoy le facilita su trabajo diario. Además, fortaleció su emprendimiento de economía circular, donde rescata y transforma muebles desechados. Este proyecto no solo mejoró los ingresos de su familia, sino que también le permitió seguir creciendo personal y profesionalmente.
Hoy sueña con llevar su emprendimiento a otras ciudades y seguir aportando al cuidado del medioambiente. Agradecida, Katerine reconoce que este camino le ha brindado más que estabilidad económica: le ha devuelto la dignidad y un profundo sentido de propósito.
“Yo les agradezco como venezolana que soy, el estar ahí, el estar pendiente de lo que nos falta. Porque no ha sido una sola acción, han sido muchas. Nos han dado la mano y nos han hecho sentir acompañados”.
Como lo expresa Dally Hernández desde Necoclí, Antioquia, las jornadas de integración comunitarias van más allá de los servicios: es conexión humana. Estos espacios simbólicos de encuentro entre población migrante y comunidades de acogida, brindan orientación vital, se comparten saberes y sabores en torno a los emprendimientos gastronómicos de nuestros participantes, y tejemos puentes reales de solidaridad, convivencia, respeto y esperanza.
El camino de integración de Isabel
Hanoy Isabel Cova Quilimaco, una mujer migrante venezolana de 34 años, llegó a Cartagena con la esperanza de ofrecerle un futuro mejor a su familia. A pesar de enfrentar xenofobia, dificultades laborales y problemas de salud, nunca se rindió. Su espíritu resiliente la impulsó a involucrarse en actividades comunitarias y a capacitarse en manicura y pedicura como un camino hacia la autonomía económica.
En 2022, se vinculó al programa Integrando Horizontes, donde encontró un espacio de amistad, respeto, escucha, confianza y acompañamiento psicosocial. Este proceso le permitió superar afectaciones emocionales, fortalecer su autoestima, la autoconfianza, el liderazgo y el autocontrol. Además, recibió formación en técnicas de servicios de belleza, capacitación para la gestión de su negocio, así como herramientas, materiales e insumos para impulsar su emprendimiento: Roydisan Centro de Belleza.
Hoy, Isabel se siente tranquila, empoderada y autónoma. Gracias a su emprendimiento, genera ingresos mensuales cercanos a $1.400.000, lo que le ha permitido mejorar su calidad de vida y la de su familia.
Recuerda con especial cariño las sesiones del programa donde trabajaron el “Mapa de los sueños”, y afirma con emoción: “Nos hacían soñar en grande”. Añade: “El programa me ayudó a recuperar mi confianza, sentirme segura, parte de una comunidad, crear mi propio negocio, aprender a administrarlo y, sobre todo, a atender mejor a mis clientas y ofrecer un servicio de calidad.”
Actualmente, lidera con orgullo su centro de belleza, presta servicios en su comunidad y continúa formándose. Su historia es un ejemplo poderoso de cómo, con apoyo, formación y determinación, es posible transformar vidas y construir una integración autónoma, digna y próspera.
“Ese día —dice— con mi esposo se nos salieron las lágrimas de alegría. No fue solo ayuda, fue inclusión, respeto y una oportunidad para cuidarnos mejor”.
Aida Burgos Chamorro recuerda con gratitud el apoyo recibido en seguridad alimentaria. Más allá de la entrega de un bono, vivió una experiencia digna y transformadora. Aprendió junto a su familia sobre hábitos de alimentación saludable, recibió orientación clara y cercana, y accedió a una canasta básica que no solo alivió sus necesidades inmediatas, sino que fortaleció su bienestar a largo plazo.
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